- Díjome mi madre que porfiase, pero que no apostase.
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Al igual que otros varios, reprueba el afán apostador, que tan caro ha costado muchas veces. Así aquel obstinado consejero de Burdeos que, tras estrechar en vano con sus razones a Montesquieu, concluyó por decir que apostaba la cabeza. El ilustre jurista sonrió y dijo suavemente: «Acepto, ¿por qué no? Los pequeños regalos robustecen la amistad.».
Diccionario de dichos y refranes. 2000.